domingo, 8 de julio de 2012

PEÑÍSCOLA: TEMPLARIOS,BRUJAS Y EL PAPA LUNA

LAS LEYENDAS DE PEÑÍSCOLA


Cuando uno se aproxima a peñíscola no se puede evitar acordarse de la madre naturaleza, la cual se encuentra agobiada por la masificación urbanística fruto de años de mala gestión y especulación de la costa valenciana. Pero cuando entras en las murallas y está atardeciendo, el pueblo se transforma y cuando subes y visitas el Castillo notas vibraciones extrañas.
La población de peñíscola es conocida desde tiempos íberos hasta nuestros días, fue plaza fuerte de todas las civilizaciones que han pasado por nuestra tierra, fruto de ello le ha dado una idiosincracia propia pero el acontecimiento que más la marco fue cuando se convirtió en sede pontificia durante unos cuantos años, albergando la residencia de Benedicto XIII (llamado también el "Papa Luna" porque su nombre completo era Pedro de Luna) y de su sucesor Clemente VII.

Pero como no queremos hacer un resumen histórico sobre su biografía o historia vamos a contar las leyendas principales de la población que seguro os resultarán interesantes:



EL LEGADO TEMPLARIO


      Tenían voto de pobreza, castidad y obediencia; su vida, repartida entre la oración y la guerra era muy austera, sin embargo no sólo frecuentaban a papas, príncipes y reyes cuyos bienes administraron durante años como expedrtos banqueros de hoy, sino que la Orden poseía, además feudos, castillos y enormes riquezas a lo ancho y largo del mundo cristiano. En el antigo reino de Valencia la parte que más estuvo administrada por ellos corresponde a lo que hoy es el Maestrazgo-Els ports, dentro de ese territorio, habían pequeñas circunscripciones o territorios llamados Baylías, administrados y regidos por un Maestre.


   Aguerridos soldados, cancerberos de los Santos Lugares y guardianes de secretos esotéricos los Templarios siguen siendo aún un misterio, caudalosa fuente de especulaciones y leyendas tras su ¿extinción?; nosotros creemos que su legado todavía perdura.
El prestigio, la influencia y el poder material que habían merecido con sus gestas acabaron devorándolos. Traiciones, calumnias, envidias e intrigas forman parte de las hieles del éxito, aunque no es menos cierto que una suerte tan aciaga como la suya llega a labrarse, en ocasiones, cometiendo excesos de vanidad y soberbia. Y las crónicas cuentan que algunos caballeros -humanos al fin- se excedieron en detrimento del resto.

La circunstancia de que la Orden rescatase a Jaime I de los infieles cuando era niño, educándolo después hasta que fue capaz de empuñar su propia espada y el incondicional apoyo que aquellos monjes soldados ofrecieron al "Conquistador" en la lucha contra sarracenos, eran motivos suficientes para que gozasen de estima, prebendas y numerosas propiedades dentro de tierras de la Corona de Aragón, Castilla y Navarra.
Pero la conspiración primera, la chispa que encendió su vertgiginoso declive, se prendió en Francia, cuando felipe IV "el rey de Hierro", empeñado hasta las cejas y dueño de la voluntad del Papa, quiso desmantelar la Orden para apropiarse del inmenso patrimonio que atesoraba.


En los albores del siglo XIV, París olía a conjuras. Por doquier se difundieron rumores pagados con creces que desacreditasen al Temple, acusándolos de supuestas aberraciones y brujería y heregías. Se avecinaba un conflictoo que a nuestro Rey Jaime II debió robarle muchas noches el sueño.
Un amanecer cualquiera de 1306, tres jnetes galopaban en dirección al castillo de Pulpis, plaza templaria próxima a Peñíscola, dos de ellos con el cráneo rapado y tupida barba, lucían sobre sus blancos mantos la cruz bermeja ochavada, distintivo de la Regla, el tercero, imbere pero provisto de abundante cabello cano, calzaba un sencillo sayo pardo.
-Nos urge hablar con el hermano maestre -dijo uno, al centinela que les franqueó la entrada a la fortaleza- El asunto que nos trae no admite demora.
-Aguardad un momento y refrescaos mientras lo aviso. El oficio de Maitines acaba de  concluir.
Poco después, comparecía en la sala el maestre provincial que miró inquisitivivamentre al haraposo anciano antes de dirigirse a los caballeros.
-Dios os guarde. A decir verdad, vuestra visita me inquieta a tan intempestiva hora... ¿quién es ese hombre?
Soy Guillaume de Langlois, hermano maestre -se adelantó a respoonder el viejo-. Me despojé del hábito en París de donde huí camuflado con estas ropas, para no despertar sospechas. Ellos darán fe de mis palabras.
Sus acompañantes asintieron.
- La situación es insostenible-continuó el francés- y el arresto del Gran Maestre, Jacques de Molay, inminente. Él mismo me manda advertiros de peligros gravísimos y de desacatos similares a los nuestros, y solicita socorro de vos, si las circunstancias lo permiten...
- Sé muy bien que el veneno del rey Felipe emponzoña Francia -le interrumpió su anfitrión-. También las acusaciones de Esquieu de Floryan y los de su calaña han llegado hasta Jaime II. De momento , no las admite. Los expulsó a patadas de palacio. Es triste reconocerlo, pero intuyo que, a la postre, prevalecerán las razones de Estado. Y si Felipe IV y el Papa Clemente hacen causa común contra la Regla, también nosotros peligramos.
- No lo creo. La corona os debe la conquista de Valencia y Mallorca, que sin las espadas del Temple hoy serían musulmanas.
- Olvidáis, herman Langlois, la pérdida de San Juan de Acre. No nos la perdonan -observó el maestre.
-Muchos caballers murieron allí por defenderla. ¿Qué pueden reprocharnos?
-Demasiado, me temo: un gran fracaso para la Cristiandad y diez mil castillos nuestros, dispersos por toda Europa ¿Os parece poco? Ya no somos útiles, sólo un festín de cuervos. Espero lo peor de Felipe el Hermoso, nada de Clemente V, que es un títere en manos suyas y dudo bastante de las decisiones que adopte el Rey, si la animadversión hacia la regloa se extienda más allá de Francia.

Guillaume de Langlois, en su fuero interno, compartía esa tesis aunque la rebatieses. Pero su cometido al abandonar parís era comprometer a los hermanos menores perseguidos para que salvasen el tesoro más preciado de la Orden, difícil empresa que requería infundir ciertas esperanzas de supervivencia.

- Según el Gran Maestre, todavía nos resta algo por hacer...-dijo cauteloso el francés.
-Jacques¡ Jaques¡- exclamó distraído el caballero valenciano- ¡cuantas batallas hemos librado juntos! No mereces esa suerte...
- Decís bien. Es un soldado de Cristo ejemplar y os necesita. Traigo un mensaje de él.
-Hablad pues. No lo defraudaré ni al pie de mi tumba.
Langlois intentó entonces expresarse clara y convincentemente.



- Los sótanos del Temple de París guardan un unmenso tesoro que contribuiría a que sobreviva la Orden, aunque sea en la clandestinidd. De h echo, algunos hermanos se están agrupando, fraguan un levantamiento contra la corona francesa. Pero hay más. Sólo cinco personas, entre ellas yo, conocen la existencia de un manuscrito extraído del templo de Salomón, que desarrolla un nuevo plan del universo, revelado, asegura un experto, por dios Nuestro Señor. Quien lo posea regirá los destinos de la umanidad hasta que se consume la nueva y definitiva redención del mundo entero. Desconozco los detalles. Sin embargo, el Gran Maestre, medroso de que las torturas desaten lenguas, quiere impedir su hallazgo. De ahí que acuda a vos. Corre prisa. Gerard de Villiers es el responsable de movilizar el transporte de la carga. Vuestra misión consiste en proveeros de un navío que la saque de francia..

- Disponemos de carracas y bombardas para ello. Guillaume de Langlois respiró hondo.
- Villiers esperará la noche convenida en la desembocadura del Sena. La nave que enviéis, para mayor seguridad, debe ostentar visiblemente las armas de Aragón. Ni una insignia templaria. Apresuraos Jaques de Molay tiene los días contados. Felipe bendice  los viles procedimientos de Nogaret.
-!Ese bastardo¡
- Numerosos hermanos nuestros confiesan lo que él desea bajo tormento. No resisten el dolor.Algunos, fieles a la verdad mueren víctimas de salvajes suplicios y vejaciones. ¿Que Dios inspire a Jaime II para que evite en su reino tantas carnicerías?

A Langlois se le escapó un sollozo, mientras el  maestre provincial lo abrazaba reiterándole una ronta intervención que pusiera a buen recaudo el legado.

Dos semanas más tarde y según un documento que se conserva en los archivos del Vaticano, Juan de Chalón, un templario de Nemours, interrogado por el Papa despues de acometerse la empresa, atestiguó que una cuadrilla de hombres inidentificables, la noche anterior al arresto del Gran Maestre, extrajo del Temple de París varios cofres que fueron depositados a bordo de una embarcacón ligera, anclada en los muelles del Sena. Dicha gabela, partió luego rumbo al mar donde una nave de gtreinta metros de eslora y ocho de manga, hízose cargo de ellos.

Aquella fue la postrera pista  conocida del valioso tesoro oculto en los sótanos de la fortaleza francesa, que, según la leyenda, incuía un manuscrito de Salomón capaz de mudar el mundo y que los templarios valencianos desembarcaron muy cerca de peñíscola para enterrarlo luego en algún escondrijo de la Sierra de Irta, donde ha permanecido durante siglos sin que nadie lo hayase jamás.



Lo que si es cierto y la historia certifica fue el ajusticiamiento del último gran mestre Jaques de Molay, quemado vivo en la hoguera. Después Navarra, castilla, valencia, aragón cataluña y mallorca cedieron finalmente a las presiones del "Rey de Hierro" y del papa sometido a la voluntad real. Disuelta la regla, sus miembros quedaron integrados en la Orden de Santa María de Montesa (1317), fundada por expresa solicitud al pontifice Juan XXI de nuestro rey Jaime II, remiso a secundar las crueldades del monarca francés, pero coómplces a la postre del aniquilamiento templario (1312).

Algunos estudiosos del tema afirman, por cuanta propia que el 21 de enero de 1793, cuando en la plaza de la revolución -hoy de la concordia- la guillotina segó las cabezas de luis XVI y de Maria Antpnieta, unas voces se alzaron gritando "!Jacques de Molay está vengado¡"

Quien encuentre la secreta herencia de los monjes soldados, sepultada en tierras castelloneses, no sé si logrará dominar el universo -ellos casi lo consiguieron- pero tal vez le corresponda la tarea de aclarar definitivamente el misterio del temple.

 

EL VIAJE AL INFIERNO


       Es tal la celebridad de las brujas peñiscolanas que el hispanista galo Posper Merimée (1803-1807) se ocupó de ellas, recogiendo en sus escritos testimonios de personajes reales, asociados a sucesos extraordinrios; la existencia de aquelarres, aojamientos, sortilegios  amuletos, de cristianos viejos a quienes la ambición de poderes mágicos los perdió.



   Al pobre Henríquez (un nombre cualquiera de la época), parido en una barca y bautizado provisionalmente con agua de mar por si  moría antes de que sus padres arribasen a puerto, no le restaba tra suerte que ser buen marinero. Adivino de tempestades y calmas, cauto para prevenir catástrofes y harto temeraro cuando era preciso imponerse a los antojos del viento  a la fiereza de las olas, tenía fama de pescador experto por la abunancia y callidad de las piezas cobradas, incluso en días adversos para el oficio.

Se contaba de él que una vez transgredió la tradición del pueblo de no embarcarse en la nit d'ànimes, pródiga en apariciones fantasmagóricas y extraños fenómenos acontecidos mar adentro, y que regresó incólume con la cara descompuesta y las redes repletas de pulpos sin patas y demás especies deformes, negándose a responder pregunta alguna acerca de tan misteriosa experiencia, una osadía que no quiso repetir.

Diez años después a Henríquez se le demudaron de nuevo las facciones. Un día, cuando dispuesto a la faena fue a soltar el amarre, comprobó que alguien no sólo había maniulado la soga, sino también que el velamen estaba roto como si éste hubiese sido desplegado durante la noche. Aquello no era obra de  niños, que solían cometer desatinos menores: hurtos de aperos y provisiones, nada más. Despegarse de la orilla y navegar, imposile. Les faltaban redaños para ello, sobre todo a la luz de la luna.
Mosqueado por el asunto, Henríquez decidió agazaparse en la despensa de la embarcación- expoliada también- y esperar allí al autor de la fechoría. Salieron las demás barcas. El silencio de la playa, su densa oscuridad se le vino encima. De pronto, percibió murmullos, atipadas voces femeninas que entonaban canciones ininteligibles. El turbado pescador apenas tuvo tiempo de sacar la cabeza y esconderla en un santiamén por temor a ser sorprendido espiándolas. Las mujeres iban hacia él y su aspecto era siniestro. Pálidas y desgreñadas caminaban descalzas a paso ligero, envueltas en leves sayones negros que labrisa ceñía a sus cuerpos, libres de chambras, enaguas y refajos. Todas portaban consigo una calabaza.

Cuando irrumpieron en la barca, el cascarón crujió. Entonces Henríquez, a través de una rendija, pudo observarlas de cerca sin ser visto, mientras se encomendaba a Nuestra Señora de la Ermitana de Peñíscola (famosa virgen templaria). No le cabía duda alguna. Eran brujas. Tres jóvenes y dos viejas, una de ellas la Ferrer, conocida suya. La verdad es que nunca sospechó de sus malas artes.
Reunidas en círculo y tiznadas de hollín, las intrusas pronunciaron al unísono una extraña oración antes de zarpar.



- Por San Pedro, por San Polo y por todos los ángeles del coro y por SAnta Coloma que tiene la corona en Roma, que salga aquí a la palma Belcebú en persona.

Luego la más joven, casi una adolescente, soltó la amarra. Al timón iba  la Ferrer y el diablo soplaba. Henríquez, sacudido por un vértigo atroz, las oía reír y parlotear entre bandazo y bandazo de viento, ajenas a los tumbos del oleaje y la locura de aquella endemoniada quilla que abría la mar en dos mitades, levantando surcos de espuma imponentes.

- Mi madre le vendió a Napoleón un amuleto contra las balas de plomo y gracias a él no lograron matarle en españa -dijo una, presumiento de abolengo.
- Porque a nadie se le ocurriría dispararle un proyectil de cera bendita -replilcó otra-. Eso es infalible. Por eso sobran los curas.

Después, intercambiaron recetas útiles para sanar fístulas, ataques epilépticos, fiebres y borracheras, dolencias menestruales y fórmulas que alargaban la vida, remedios curativos de índole diversa y embrujamientos.

- La lengua de un camaleón sobre el vientre de una parturienta evita los dolores de parto-afirmaba una.
- Y también una víbora, viva o muerta -apuntó el timonel a gritos.
Henríquez, mareado, conteniendo vómitos que lo delataran, no cesaba de santiguarse a cada comentario. Sin embargo, lo peor vino cuando, arribados a una playa -¿la ribera del infierno quiza?, preguntose -las brujas desembarcaron para encontrarse con otras que las aguardaban en torno  a una inmensa hoguera.
- Yo te conjuro Satanás y Barrabás, con Belcebú y todos los diablos -corearon las recién llegadas a modo de contraseña  salutación.
-... y con el diablo cojo que corre más que todos- respondió el resto.

  Era obvio que iba a celebrarse un aquelarre. Pero ¿cómo denunciarlo a su regreso si desconocía el lugar donde se hallaban? Lo averiguaré -pensó,resuelto- y que purguen esta atrocidad ante el Santo Oficio.
Distraídas en lo suyo, las brujas no lo vieron salir de su escondite y reptar sobre la arena hasta un cañaveral próximo. Con una navaja, el pescador cortó sigilosamente unos trocitos de cañas. Eran una pista. Se las mostraría al boticario de Peñíscola para que las analizase y concluyera en qué latitudes medraban. Luego regresó a la despensa.
Una hora después, las mujeres pisaron la borda, histéricas, ebrias de vino y de "encantamientos". Virada la barca, repitiose el ritual dedicado a Belcebú; la Ferrer tomó el timón tambaleándose y el frenesí fue total. Mas que bogar, volaban.

Esta vez las arpías, desafiantes, con el cuerpo erguido, los brazos en alto y la cara al viento, presas de una diabólica borrachera, pero sin perder un ápice de equilibrio, aullaban como lobas.

- ¡ Corre, corre, que son las dos!
- !Rápido, rápido que no llegamos!
- ¡Vuela, que ya pasan de la media!
- ¡Hermanas , yo me esfumo, que van a dar las tres ! - avisó una de ellas. Y dicho ésto todas desaparecieron por arte de magia, quedando Henríquez desvanecido a merced del temporal. Cuando recuperó el conocimiento, la mar estaba rasa y el sol lucía. Alrededor suyo ni un alma ni tierra a la vista. Un par de días después, exhausto y sediento, divisó Peñíscola.





Apenas hubo descansado , fue derecho a la botica en busca de respuestas.
- Las cañas proceden de América- le dijo el experto, examinándolas minuciosamente. - No intenes plantarlas aquí porque se te  morirán aunque las riegues con agua bendita.
El pescador,perplejo al principio, pronto comprendió que poseía un valioso tallismán capaz de colmar sus más remotas ambiciones. Sólo faltaba que la Ferrer aceptase su proposición, de modo que, sin demora, fue a  entrevistarse con ella.
- Paca, sé que eres una bruja, porque el miércoles pasado viajamos juntos a  América en una noche. Prueba de ello son estas cañas que cogí de aquella maldita playa.

La mujer lívida, le suplicó:
- ¡Calla, calla! ¿Qué quieres por tu silencio? ¿Un saco de arroz? ¿una buena moza?  ¿una b arca nueva? Anda, di.
- Además  de bruja, tacaña.
- ¿Qué pides pues? Habla y déjame en paz.
- Deseo un sortilegio para tener a discreción un viento como el que nos condujo a América.
La Ferrer suspiró.
- ¡Acabáramos! ¿Sabes que con ello vendes tu alma al Diablo ?
- Sí, pero algo sacaré a cambio ¿no? -preguntó malicioso, ciego de codicia.
- Desde luego. Pesca y fortuna no han de faltarte jamás¡

Aguarda. Vengo enseguida. Minutos más tarde, la bruja , que lo había dejado solo en la estancia, reapareció tras una cortina de arpillera portando una calabaza con un pergamino dentro.
- Tóma. Llévalo encima cuando salgas a la mar. y no olvides la oración.
- Gracias.
- Bobadas -farfulló ella-. Si nos traicionas se romperá el hechizo y te condenarás igual. Con el Demonio no hay trato a medias.
Henríquez tragó saliva. Le esperaban muchas expediciones a ultramar, grandes negocios, éxitos y riquezas... que bien valían -se dijo, extendiendo las manos- una postrera singladura a los infiernos de Satán.

LEYENDAS DEL PAPA LUNA



Majestuoso y terco, decrépito, tal vez en la intimidad del dormitorio, atormentado hasta el fin de sus días, Pedro de Luna ha generado leyendas incluso después de muerto. Sus restos yacen en Sarbiñán, pero el alma pervive todavía entre los muros del castillo templario de Peñíscola, postrero bastión de una maltrecha dignidad.

Dicen que algunas noches de plenilunio, su arrogante estampa se recorta en las ventanas de la fortaleza, mirando al mar, desafiando a Roma que lo deslegitimó. Fue Benedicto XIII a lo largo de veintiocho años y ni siquiera el Espíritu Santo, a quien él consideraba divino inspirador de su elección papal, pudo librarlo de los cargos que se le imputaron  -antipapa, hereje y cismático-, para desacreditar su poder ante la cristiandad.



Cuando el Concilio de Constanza proclama única cabeza visible de Cristo a Martín V, Pedro de Luna embarca en Collioure rumbo a tierras valencianas. A mitad de trayecto, las olas embravecidas, zarandearon violentamente el navío. Mal presagio para el prófugo, que entendía aquel revés como un castigo de Dios a su soberbia. Víctima del desamparo humano más absoluto no le quedaba otro consuelo que comprobar si los favores de la Providencia le eran adversos y la biblioteca de libros sacros que se llevó consigo del Vaticano.

Sus acompañantes propagaron el prodigio que se obró entonces, testimoniando que el anciano pontífice, en medio de la tempestad, dirigiose a la proa del barco y que allí, erguido pese a las sacudidas del viento, interpeló al cielo preguntándoles a viva voz:
- Decid, ¿soy yo Benedicto XIII?
Una sonora respuesta -el chasquido de un trueno, seguido de un relámpago- hizo contener la resiración a los marineros. Sin embargo, Pedro de Luna, con la ropa y los cabellos empapados, la barbilla altiva y los ojos impasiles no se arredró. Su aspectoo era fantasmagórico, sobrecogedor, el de un reo que sólo aguarda justicia sin doblegar la cabeza, sino que exige pruebas de una supuesta impos tura lesiva para su honor.
- !Hunde el navío , Dios Todopoderoso, si te falté -grito- o demuestra mi inocencia ahora mismo remansando la mar¡
Y para mayor asombro de la tripulación, la lluvia cesó, el vendaval tornóse en leve brisa que mecía las velas y las aguas se aquietaron bajo un sol crepuscular que las policfromaba de reflejos cobrizos.
- ¡ Proa a Peñíscola! -dijo gozoso, espabilando a los tripulantes, boquiabiertos aún por el repentino advenimiento de tan extraña calma.
A bordo, nadie dudaba ya que fuese Benedicto XIII.



Corría el año 1417, cuando aquel empecinado octogenario arribó al castillo de una precaria corte que le fue fiel hasta su muerte. El progresivo abandono de amigos y colaboradores como Vicente y Bonifacio Ferrer, el cardenal Jofré de Bil, el obispo de Segorbe, Diego de Heredia o los Anglesoa acrecentó su soledad,propiciando que, en torno suyo, cundieran toda clase de rumores, conspiraciones y misterios, una aureola mágica que lo inmortalizaría.
Pero no estaba totalmente solo. Tenía partidarios en la sombra, admiradores de su rebeldía que hubieran dado la vida por él.
Una vieja bruja recluida en una lóbrega mazmorra florentina, tuvo el presentimiento de que iban a envenenarlo. No se sabe si porque lo había oído decir o por las facultades propias de su oficio. Privilegios de adivina. Enterada de que unos soldados aragoneses partían al día siguiente hacia el Reino, la anciana sobornó a sus guardianes  para encontrarse con los viajeros y transmitirles un mensaje urgente.
- Advertir a Benedicto XIII de que no se fíe de sus servidores, proque uno de ellos , el más próximo , le envenenará los alimentos. Y dadle ánimos, que yo velaré por él.
Aquel mismo mes de julio de 1418, cuenta la historia, que Pedro de Luna ingirió dulces de mermelada y miel espolvoreados con arsénico. Suerte que, gracias a un lejano hechizo protector, vómitos persistentes le impidieron asimilar el veneno.-



Fallecido de muerte natural a los noventa y cuatro años, el anti-papa deja dtras de sí abundantes relatos legendarios. Al exhumarse sus restos de la basílica del castillo donde fueron depositados primero,para trasladarlos luego al  palacio de Illueca -su casa natalicia-,  los autores de aquel tiempo escriben que el cadáver despidió cierta fragancia que embalsamó el ambiente de toda la ciudad. El historiador Alpartils hace referencia a ello en su crónica: El día de la fiesta de Ramos de las Palmas,  que fue el nueve del mes de abril y al jueves santo siguiente salió fragancia del túmulo donde estaba enterrado Pedro de Luna. Por otra parte, Zurita recoge así el mismo hecho: Se extendió no solamente por el castillo en donde estaba el túmulo, sino también por toda la iglesia y por todo el lugar, y por el alcaide del castillo se vio aviso al  Rey.
Según los marineros de Peñíscola, desde que en 1724 el cardenal Vicenzo María Orsini fuera elegido pontífice bajo el nombre de Benedicto XIII, "El Bufador" -tunel rocoso sobre el que se alza la ciudad - emite con frecuencia un ruido atroz provocado por el azote de una tromba de agua que todos asocian a la ira de Pedro de Luna, excluido definitivamente de la lista oficial de papas.

Casi un siglo después, al irrumpir las tropas francesas en Illueca, es profanada la tumba y los despojos son arrojados al río Iruela. Sólo el cráneo, puesto a salvo por unos labriegos, se conserva todavía en el vecino pueblo de Sarbiñán.

Palacio de Illueca

Sin embargo, no hace falta remontarse tan atrás para reencontrar señas inquietantes del polémico personaje.
Una antigua leyenda, divulgada por sus detractores, afirma que San Vicente Ferrer le profetizó que algún día, alguien juugaría con su cabeza a la pelota. Y se da la circunstancia que, hace apenas 15 años, Juan B. Simó Castillo, estudioso de las tradiciones peñiscolanas, recibió la visita de un anciano - Pascual Sanjuán Sardá- que aseguraba haber recogido durante la guerra civil de 1936 la calavera del Papa Luna, de nuevo extraída de su sepultura y víctima de esparcimientos macabros entre desalmados, manteniéndola escondida hasta el término de la contienda que fue devuelta al palacio de los Arguillo.

Justo o injusto, universal e irrepetible aunque le usurparon el nombre y el cargo, su historia no ha terminado y su alma sigue morando tras los muros de su castillo. De ella sigue dando fe la  memoria de los valencianos.

Portal Fosc o Portal de Felipe IV.


 


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